�Hola All!
Leo un interesante art�culo en JotDown[1].
*Un precursor desconocido*
Creador Enric Gonz�lez
Creemos que nuestro tiempo es la gran era de los inventos y los descubrimientos. Falso. En realidad, una persona que hoy tenga cuarenta a�os no
ha podido sorprenderse con ning�n hallazgo sensacional. El primer microchip fue
desarrollado en 1959 e internet ya funcionaba a principios de los setenta. Ahora disfrutamos de las comodidades de una tecnolog�a asequible: el tel�fono es m�vil y el ordenador es personal. Pero nadie se queda boquiabierto cuando env�a su primer whatsapp. Hace tiempo que movemos textos a distancia.
Hubo unas d�cadas, en el siglo XIX, que s� fueron asombrosas. Entre 1840 y 1899
aparecieron el tel�fono, la bombilla, el fon�grafo, el cine, el avi�n, la anestesia, el autom�vil, la aspirina y la Coca-Cola. Adem�s del marxismo, el anarquismo, el psicoan�lisis, las leyes de Mendel sobre la gen�tica y un mont�n
de novelas maravillosas.
Ninguna de estas cosas caus� tanto asombro y alcanz� tanto eco en la prensa como otro de los grandes descubrimientos del XIX: el rinc�n m�s oscuro del alma
humana. Sigmund Freud desarroll� algunas teor�as sobre las pulsiones, los hilos
invisibles que mueven nuestro esp�ritu, pero solo empez� a concretarlas a principios del XX. Antes que �l, un desconocido exhibi� ante el mundo una serie
de demostraciones rotundas, indiscutibles, con las que demostr� que los confines de la mente eran mucho m�s turbios, remotos e inexplorados de lo que cualquiera pod�a imaginar.
No sabemos nada de ese desconocido que en 1888 cometi� los asesinatos m�s c�lebres de la historia. La ignorancia es tal, que a veces se le considera un personaje de ficci�n. Existi�, sin embargo. Y podemos deducir algunas cosas de �l: fue un hombre joven que vivi� en Whitechapel, en el East End londinense; ten�a un trabajo regular (solo actuaba en fines de semana o festivos, entre medianoche y el amanecer), un aspecto corriente y una cierta experiencia en despiezar animales, racionales o no, con un cuchillo. Eso es todo. Podemos suponer tambi�n que nunca us� el nombre por el que se le conoce: lo de Jack the
Ripper, traducido sonoramente en castellano como Jack el Destripador, lo invent� el periodista Frederick Best, del Star, para dar m�s gancho a sus reportajes. Best escribi� varias cartas a la polic�a firmadas como �Jack the Ripper�. A�n hay quien las atribuye al asesino.
Scotland Yard nunca tuvo la menor idea de qui�n era el responsable de los cr�menes. En 1894, a ra�z de que el diario The Sun asegurara que el Destripador
fue un tal Thomas Cutbush, v�ctima de graves delirios psic�ticos, Melville MacNaghten (un jefe de la polic�a que no particip� directamente en la investigaci�n) public� el nombre de los tres principales sospechosos: el abogado Montague John Druitt, el inmigrante polaco Aaron Kosminsky y el estafador de origen ruso Michael Ostrog. Bastante inveros�miles los tres. En realidad, Cutbush (sobrino de un oficial de polic�a) encajar�a mejor como asesino que los citados por MacNaghten, tan despistado que atribu�a a Druitt la
profesi�n de m�dico.
A la polic�a le faltaban medios t�cnicos. Pero sobre todo le faltaba, como al p�blico en general, la capacidad de comprender el impulso que mov�a al Destripador. Dado que las v�ctimas, cuatro o cinco, o tres, o quiz� seis (ni en
eso hay certeza), eran prostitutas alcoholizadas sin un c�ntimo, el robo pod�a descartarse. Las mutilaciones, por otra parte, no se compadec�an con un simple atraco violento. Scotland Yard baraj� teor�as que sonaban razonables para la �poca: un hombre que se vengaba de las prostitutas porque una le hab�a contagiado la s�filis, o un m�dico que extirpaba �teros para alg�n experimento.
Eran m�s razonables, desde luego, que las barajadas un siglo m�s tarde por diversos �detectives de sill�n�: conspiraciones mon�rquicas o mas�nicas, operaciones zaristas para desestabilizar al Imperio brit�nico, comadronas enloquecidas y much�simas otras fantas�as.
Los detectives decimon�nicos m�s avezados en psicolog�a creyeron estar ante un caso de sadismo extremo, ante alguien tan enloquecido que pod�a ser reconocible
al instante. Eso, para los conocimientos del momento, ten�a sentido. Aunque basta con repasar los informes y las autopsias para comprobar que el Destripador no quer�a infligir ning�n dolor a sus v�ctimas. Situado detr�s de ellas en la posici�n del cliente (lo habitual, por razones de rapidez y para evitar embarazos, consist�a en la sodomizaci�n de pie contra una pared), las estrangulaba y luego, desvanecidas o ya muertas, les segaba la car�tida de una cuchillada, con lo que el chorro de sangre no le alcanzaba. La muerte era casi instant�nea. El desconocido obten�a placer sexual hurgando dentro del cad�ver, deformando sus facciones (p�rpados, nariz, p�mulos) y llev�ndose alg�n �rgano como recuerdo: el �tero o un ri��n.
Los psic�logos contempor�neos tienden a atribuir al Destripador un serio problema con su madre.
El �oto�o� del terror dur� poco, del 31 de agosto al 9 de noviembre de 1888. Se
limit� a una zona concreta, el East End londinense, repleta de inmigrantes paup�rrimos y considerada por entonces el �rea urbana m�s miserable del mundo. Afect� solo a mujeres de cierta edad (menos la �ltima v�ctima, Mary Ann Kelly, de veinticinco a�os), aficionadas a la ginebra y dedicadas a la prostituci�n de
forma habitual u ocasional. Pero provoc� un escalofr�o planetario. Primero, porque dio un impulso definitivo a la prensa popular: las historias del Destripador se le�an con igual fruici�n en cualquier rinc�n de cualquier pa�s. Segundo, y m�s importante, porque asom� a las sociedades decimon�nicas a un abismo incomprensible de ritos macabros y fetiches sanguinolentos, una versi�n revolucionaria del crimen sexual, repleta de s�mbolos que solo el autor era capaz de descifrar.
El lobo urbano, la alienaci�n, las psicopat�as, las simas ocultas de la sexualidad, son hoy elementos de la cultura popular. Podemos incluso establecer
una cierta identificaci�n c�mplice con personajes monstruosos como Hannibal Lecter. Hemos aceptado que en nuestro subconsciente anidan bestias que a veces o�mos chapotear en nuestro cerebro y preferimos no mirar.
Pero hubo una primera vez. Hubo alguien que oblig� a la sociedad a mirar lo que
hac�a y a intentar comprenderlo. El �artista independiente� que �decidi� hacerse cargo personalmente del asunto�, en palabras sarc�sticas del dramaturgo
George Bernard Shaw, fue el precursor solitario de los horrores del siglo XX. Y
nunca se sabr� su nombre.
[1]
http://www.jotdown.es/2016/09/un-precursor-desconocido/
-
A reveure!!
Enric
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